Érase un bosque y érase un árbol
de cómplices hojas las ramas vestidas.
Soberbia corteza de un tronco mudable
que al paso se cubre de sabia atrevida:
“érase la juventud y érase la alegría”.
Brotaron del árbol las flores más bellas
pintando el paisaje de diez primaveras.
Queriendo ser una nació un solo tallo
testigo de tardes de risas sinceras:
“érase la libertad y érase la inocencia”:
Crecieron a un tiempo dispares e inquietas
desnudas de hojas que el viento despeja.
Llegando el otoño ya caen descontentas
a un suelo que evoca las tardes perfectas:
“érase la inmadurez y érase la inadvertencia”.
Érase un desierto y érase un abrojo
de matas deformes y espinas que apestan.
Ni bosque, ni árbol, ni río, ni selva.
Siendo flores del amor somos flores de la queja:
“érase la AMISTAD y hágase la INDIFERENCIA”.
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